“Serás malo para mi negocio”. Le dijo Satine a Christian en “Moulin Rouge” cuando sabía que estaba perdida para siempre por él (hello! es Ewan McGregor!!!), y así le reproché yo al pedazo de pan negro que estaba saboreando, después de un intenso intercambio de mensajes con su creadora, a la que conocí por un artículo de Ravsberg.
Fue amor a primera vista. Ianeya – artista y responsable indirecta de este nuevo hueco en mi bolsillo – lo tiene todo pensado. Me encantan las jabitas, cajitas, estuches chulos en general, incluso cuando no tienen nada dentro. Mi objeto de deseo venía en una bolsa artesanal, de papel de traza, más grueso que el cartucho que recordamos de niños y muy apropiado para conservar ese tipo de producto.
El pan, divino: la corteza, durita; la masa, esponjosa; el color, hermoso y fiel; el olor, característico e inmejorable. Ya me veía caminando por la Plaza Roja, hacia la Catedral de San Basilio, aunque nunca he hecho esas dos cosas a la vez, pero es como un cliché en mi mente, cuando pienso en Moscú, esa imagen es la postal de bienvenida.
El pan negro es muy popular en los países eslavos – aunque no es privativo de ellos –, donde tienen infinidad de variedades. Ha pasado a la historia como el único alimento que comían los habitantes de Leningrado durante el sitio a esa ciudad rusa (hoy San Petersburgo) en época de la Gran Guerra Patria. Quizás esa sea una triste celebridad, pero también es cierto que salvó muchas vidas.
A pesar de las distancias, no es completamente desconocido en Cuba, porque ya sabemos la relación histórica que tuvimos con esos pueblos. Yo se lo di a probar a mis compañeros de trabajo más cercanos – algunos que nunca lo habían comido – y la aceptación fue unánime. Sobre todo uno de ellos que también lo ha consumido de primera mano, coincidió conmigo en su similitud con “el original” en sabor, olor y el imprescindible toque estético del color. Su primer pensamiento fue acompañarlo con salo, que no es más que la grasa del cerdo salada, que combina muy bien con el pan negro y por supuesto, con una copita de vodka. En festividades tradicionales y en celebraciones exclusivas lo usan para untar el caviar sobre una fina capa de mantequilla, pues su textura le da armonía a esta intensa mezcla. Para nuestro paladar, no habituado a sabores tan fuertes, lo recomiendo con queso crema.
En particular, me alegra mucho que después de años pueda volver a disfrutar del pan negro. Y con el pan, de esa sensación de comer algo sabroso sin el sentimiento de culpa de las que nos preocupamos demasiado por la figura, pero en el fondo sabemos que nuestro destino es sucumbir en una gran piscina de helados, chocolates y harina, rendidas ante la convicción de que todo lo rico es malo para la salud. (Bueno, menos eso mismo que estás pensando, que no solo es bueno, sino terapéutico). Porque el pan negro, muchachas, no engorda.
Pero en general, me satisface enormemente que existan en mi país personas emprendedoras como Ianeya. Desde que la vi me pareció la viva imagen de una empresaria moderna. A bordo de su carro, vistiendo un oufit con tremendo swing, repartiendo la mercancía, después de haberla hecho con sus manos, aún a mí, fuera de su ruta, y que solo quería una unidad. Educada, sencilla, con muchas soluciones en esas mismas manos y miles de ideas en su cabeza.
Eso es lo que necesitamos a lo largo y ancho de esta isla, o más bien, estoy segura de que lo tenemos. Gente con mucha imaginación, con un montón de planes, por ahora fantasías, que se convertirían en realidades fructíferas con un poco de fomento.
La verdad es que es un lujo gastar más de lo que gano en un día en una pieza de pan. Y es que económico, lo que se dice económico, no es. Pero podría serlo. Para ello, mucho espero que los diseñadores de la política comercial de nuestro país consideren la necesidad de crear condiciones para que la producción de Ianeya sea costeable, pero también accesible.
Que se delegue la facultad de importar, que se distribuya haciendo la diferencia entre particulares y propietarios, que se abra, en fin, el espectro de posibilidades para las pequeñas empresas, o grandes, según sea el esfuerzo de sus dueños; que se prohíba solo lo que sea de interés nacional.
La creatividad y el trabajo, y no los obstáculos absurdos, son el camino para que el pan de Ianeya se popularice como se merece, para que las jabitas chulas tengan un logo con un slogan sugerente, y para que no quede una buena idea sin revertirse en provecho para los cubanos.